jueves, 2 de mayo de 2013

Karla Alejandra Ibarra García

GERIATRIA

La alimentación y el estado nutricional condicionan la salud de las personas de un modo importante y mantener su equilibrio es esencial en las personas mayores para evitar o minimizar las patologías crónicas.
La malnutrición es un problema frecuente en la vejez, supone una clara fuente de fragilidad en el anciano y da lugar a un mayor número de complicaciones y a un peor pronóstico de sus enfermedades.

La nutrición adecuada en el anciano supone una compleja interrelación de capacidades físicas de autonomía, condicionantes sociales y económicos muchas veces desfavorables en la vejez, capacidades mentales o sensoriales también a veces alteradas y cambios propios del envejecimiento que pueden predisponer a una peor nutrición. Vigilar pérdidas ponderales y situaciones de riesgo, así como la detección precoz y el tratamiento en los casos de malnutrición, son medidas a tener en cuenta en esta población.
Resulta difícil modificar una educación alimentaria en ciertas épocas de la vida. Las personas de avanzada edad conservan muy arraigadas las costumbres y por lo general son contrarias a modificarlas. Si gozan de buena salud creerán que no necesitan cambiar su alimentación, pues la prueba de que no les resulta perjudicial es la salud de que disfrutan y continuarán ingiriendo sustancias peligrosas para su organismo envejecido.

ASPECTOS QUE SE DEBEN DE TOMAR EN CUENTA EN GERIATRIA.

  • Organizar la compra semanalmente, planificando los alimentos que se comprarán. En caso de vivir solo se puede hacer acompañado de amigos, como una actividad social más. Además, seguir cocinando es bueno para mantener ágiles las actividades cognitivas y manuales.
  • Hacer 5 comidas al día (o como mínimo repartirlo en 3 ingestas), sin olvidarse nunca del desayuno.
  • Reducir las calorías de la dieta para compensar la menor actividad física y el menor gasto energético, previniendo así el sobrepeso.
  • Seguir comiendo de todo: una dentadura débil no es razón suficiente para erradicar de la dieta productos tan esenciales como la carne o las verduras; en ése caso se pueden adaptar las texturas a alimentos de fácil masticación o purés.
  • Comer diariamente distintos tipos de cereales: pan, arroz, fideos... Un aporte de fibra ayudará a mantener un buen funcionamiento intestinal y a reducir el riesgo de enfermedades crónicas como las enfermedades del corazón y la diabetes tipo 2.
  • Mejor consumir carnes blancas que rojas; carne de pavo, pollo o conejo, siempre sin piel para disminuir la cantidad de grasa.
  • No abusar del café ni por supuesto del alcohol.
  • Disminuir el colesterol. Prescindir de los fritos y en caso de hacerlos, sólo con aceite de oliva. Son de preferencia las cocciones como vapor o hervido, plancha, horno o papillote.
  • Consumir embutidos sólo de forma excepcional, así como la bollería industrial y la casquería, ambas muy ricos en grasas saturadas y colesterol.
  • Beber al menos dos litros de agua al día (de 8 a 10 vasos de agua, zumos, caldos o infusiones). Aunque no se tenga sed, es imprescindible la prevención de la deshidratación.
  • Disminuir el aporte de sal. Sí al sabor. Es importante que los alimentos estén bien condimentados porque comer es un placer a cualquier edad y precisamente a edades avanzadas, en las que es habitual el incómodo consumo de medicamentos, la hora de la comida no puede ser un suplicio más. Añadiendo especias aromáticas (tomillo, romero, laurel, orégano, etc.) se aportará sabor a los platos a la vez que se previene la hipertensión.
  • Verduras, legumbres, hortalizas y pescado deben tener un papel esencial en la dieta diaria, por su aporte de vitaminas, fibra, proteínas de fácil digestión y su pobre aporte de grasas saturadas. Forman parte esencial de la dieta mediterránea, la única de la que se ha comprobado su protección ante las enfermedades cardiovasculares.
  • Los lácteos debes estar presentes cada día por su gran aporte de calcio; son el mejor aliado contra la osteoporosis (además de practicar ejercicio físico de forma regular).
  • Las necesidades de vitaminas no se reducen con los años; conviene, pues, mantener el mismo aporte que en la juventud.

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